Amanece lunes y las manecillas del reloj
avanzan despacio. Rutina aprendida
sin profundidad ni deseo.
Amanece martes y el espejo
se vuelve más opaco.
Amanece miércoles y los semáforos
continúan en rojo.
Hasta las amapolas se me revelan.
Amanece jueves y en los gestos
definitivamente ya es invierno.
Amanece viernes, pero el calendario
de sinsabores
prosigue sin darme tregua.
Amanece sábado y los peatones
se asoman a las aceras
con ojos turbios.
La semana entera puede encerrarse
en un atardecer de domingo
cuando en las manos ya no queda más que olvido y distancia.
"Llevaba la bolsa vacía pero siempre que entraba la mano en ella, era capaz de extraer la magia de las palabras para regalársela a todo aquel que las quería. Escribía por las noches, robándole horas al tiempo al sueño y a él mismo. Un día al entrar la mano descubrió con incredulidad que no podía sacar más palabras. Y lo peor era que necesitaba con urgencia las palabras, silencio, mañana, beso, mar y cielo. Esas por no citar otras de menor importancia para el escrito: Dos adjetivos, un adverbio, un verbo auxiliar, uno reflexivo. Que espanto."
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