"Llevaba la bolsa vacía pero siempre que entraba la mano en ella, era capaz de extraer la magia de las palabras para regalársela a todo aquel que las quería. Escribía por las noches, robándole horas al tiempo al sueño y a él mismo. Un día al entrar la mano descubrió con incredulidad que no podía sacar más palabras. Y lo peor era que necesitaba con urgencia las palabras, silencio, mañana, beso, mar y cielo. Esas por no citar otras de menor importancia para el escrito: Dos adjetivos, un adverbio, un verbo auxiliar, uno reflexivo. Que espanto."

lunes, 22 de noviembre de 2010

FIDEL por David Malpartida Ramos



Fidel hombre de pocas palabras y poco quejarse, se encontraba sentado en una céntrica calle de cuba. Sus manos aviejadas delatan una vida llena de trabajo. Sus manos fabrican el vicio enrollado de los ricachones y de los más influyentes. Hoy todo eso fue ayer, ya nadie compra en su pequeña tienda de artesanía.

Sus hijos y nietos no le visitan, hace tiempo que buscaron nuevas aguas. Él sentado al lado de sus viejos recuerdos, al lado de lo único que le queda, mira la única postal superviviente donde puede haber una nueva vida para él. A veces se avergüenza de pedir limosna con su sombrero viejo de paja, pero él nunca lo va a admitir, el orgullo le precede. A veces su amigo toca el acordeón para encender de optimismo las calles de cuba y otras veces le llevan preso por protestar. Fidel ya se ha cansado de tardes interminables de melancolía. Coge su bicicleta y se da un largo paseo por el barracón, a donde alcanza la vista le inundan los recuerdos, la mayor parte son agradables entre mezclados con amargura.


Ya es tarde y las calles se tiñen de fiesta y buen ambiente, de turistas y propios, todo el mundo está disfrutando, la música se puede oír hasta la calle de Fidel. El pasa con su bicicleta y se queda mirando, cada pedal queda le agota, pero eso no le impide recorrer toda la isla para observar todo su mundo. Cansado ya de pedalear se va a un bar a tomarse un ron, más por la bebida él lo hace por la grata compañía de sus camaradas que ya es suficiente premio. Se sienta en un taburete, en el de siempre y deja caer unas monedas en la barra y con un guiño al camarero gran amigo suyo ya sabe lo que tiene que servirle. A la mañana siguiente su vida seguirá igual, la misma rutina hace que se levante aunque no halla sol. Él no se queja, no pide ayuda a nadie y por más que su larga vida lo arrastre nunca dejara de pedalear.

LÁGRIMAS por Eugenio Blazquez Sanchez


Te regala libertad

la que todo el mundo pide

a él le sobra;

su nombre es Nadie.

Como siempre agazapado

en su eterna espera,

por dentro y afuera,....el chirrido.

De su tiempo y del cartón

hace su sayo,

y también de cartón la cara,

la misma de ayer y de mañana.

Se va sin moverse,... vuelve.

Trae pintada una sonrisa,

pero sé que hoy al mirarme

me ha visto como siempre,

como espejo roto.




miércoles, 21 de abril de 2010

NUDOS DESATADOS por David Malpartida

Ya no me acuerdo de aquellos tarde cuando tenía catorce años de los momentos en la playa, distorsionados borrosos e inconexos. Siento vértigo pero no sé de qué, pronto la distancia me inundará. Los espacios que recuerdo todavía siguen en mí gracias a mi viejo diario, tan viejo como yo que ha aguantado toda una vida sin sufrir ningún tipo de daño.

Las noches me sobresaltan y a veces no puedo respirar. Los recuerdos que he vivido pero mi mente no recuerda. Sentado encima de la cama intento recordar pero me es imposible.

Miro a mi alrededor y parece que puedo distinguir olores del pasado y de ahí fragmentos agradables me hacen sentir bien. ¡Cuanto tiempo desde niño y que poco de adulto! A veces cuando como nunca tengo suficiente y me vienen imágenes de cuando robaba comida en aquella pequeña tienda del barrio, donde todo el mundo estaba igual que yo. Cuando me asusto corro y cuando lo hago tengo la sensación de que alguien me persigue, el ruido de las chaquetas y los ladridos de perros resuenan en mi cabeza. Más tengo ese sabor amargo pero la imagen incompleta.

Mi diario no podré terminarlo, pero lo poco que hay entre sus viejas páginas podrán leerlo quien lo desee, pero nunca podrán sentir las sensaciones de la arena entre los dedos ni la brisa después de un largo cautiverio. Es el fin de la razón, mi mente quedará vacía permanentemente. Miro a mis pies y no sé cómo anudar los cordones que me separan del resto de la gente.