"Llevaba la bolsa vacía pero siempre que entraba la mano en ella, era capaz de extraer la magia de las palabras para regalársela a todo aquel que las quería. Escribía por las noches, robándole horas al tiempo al sueño y a él mismo. Un día al entrar la mano descubrió con incredulidad que no podía sacar más palabras. Y lo peor era que necesitaba con urgencia las palabras, silencio, mañana, beso, mar y cielo. Esas por no citar otras de menor importancia para el escrito: Dos adjetivos, un adverbio, un verbo auxiliar, uno reflexivo. Que espanto."

lunes, 23 de marzo de 2009

(19) EL CASTAÑO por Pilar Rodriguez Barcia

Esta historia puede ser real, como la vida misma, sólo depende de la ventana del alma, de las gotas de lluvia que caigan sobre tu piel, de miles de sensaciones, en definitiva de los ojos de quién mira la belleza de las cosas que forman toda una vida.
La palabra que cambio el rumbo de los acontecimientos fue “árbol”, bueno no era un trozo de madera cualquiera sino un anciano de miles de siglos no sabría decir su edad a mi todos me parecen centenarios sobre todo cuando tengo la suerte de escuchar sus voces pegadas a mi oreja junto a la raíz de sus perneras.
Mi amigo el Castaño llevaba plantado allí una eternidad por sus ramas habían pasado familias enteras de ornitorrincos de varias generaciones, habían anidado pájaros de mil colores, aves de paso hacía otros lugares, monos saltarines en fin un nutrido elenco social. La corteza de su piel curtida por el paso del tiempo anudaba historias entrelazadas de seres humanos. Las hadas y los elfos de bosque se reunían junto a la base del tronco para celebrar la llegada del solsticio de verano, bailando hasta altas horas de la madrugada. Sus altas ramas divisaban las tierras lejanas del Caucaso, podía divisar las elevadas cumbres nevadas de la montaña, observar la vida a través de pequeñas aldeas vecinas pegando la oreja y mirando con los ojos de la curiosidad. Así fue como una de las miles de tardes que andaba moviendo sus ramas, limpiando sus hojas, disfrutando de la caricia del viento, escuchó una conversación entre dos seres que se acercaron a él sin saber que era un mago del bosque. ¡OH!—decía uno de ellos, ¿has visto que pedazo de árbol?
--- Sin duda es enorme, ¡cuanta sabiduría tendrá sus raíces!---replico una voz diferente a la primera. Los personajes se acomodaron frente al Castaño admirando la envergadura de éste y permanecieron en silencio con las manos cogidas. Las ramas del castaño se estremecieron cuando uno de ellos rompió a llorar. Las lagrimas bajaban por las mejillas buscando respuesta a su dolor. El amor andaba por medio, mi amigo lo supo porque los presentes no sabían que algunos árboles tiene la facultad de leer la mente humana y escuchar los latidos del corazón. Cada macula es una palabra encubierta, cada pulsación es traducida por ellos como el lenguaje que emiten algunos seres de la tierra llamados animales. El castaño fue descifrando cada latido y juntando las palabras llegó a conectar con la emoción de los sentimientos de aquellos seres anónimos para él.
Descubrió el dolor del sentimiento llamado “amor” de la tristeza del mismo pero también leyó de la belleza en los ojos enamorados, de cómo se acariciaban, vio la ternura, la comprensión, la armonía y acabó llorando como un sauce llorón.
El anciano árbol recordó las mil y una historias que había contemplado desde lo alto de la rama más alejada de sus píes y observó que en todas las épocas los humanos habían tenido recelo al amor y sólo los valientes de espíritu habían logrado vencer al fantasma del miedo. Los personajes se fueron atravesando un camino lleno de surcos con la promesa de volver a sellar junto al castaño su eterno y prohibido amor.
El invierno llegaba a su ocaso y con la llegada de la primavera los campos vestían un manto colorista, los tonos pasteles se habían adueñado de la pradera, amarillos, violetas, verdes y blancos formaban parte de la paleta de cualquier pintor impresi.onista. Las aves habían regresado y los sonidos del bosque se confundían con la música celestial del mejor concertista de piano.
Las notas musicales se hacían sonar atravesando la estela y vibrando de rama en rama. Sólo el tiempo permanecía en silencio


(Puedes pedir el resto de este relato a la siguiente direccion de correo catyferhervas@yahoo.es

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