"Llevaba la bolsa vacía pero siempre que entraba la mano en ella, era capaz de extraer la magia de las palabras para regalársela a todo aquel que las quería. Escribía por las noches, robándole horas al tiempo al sueño y a él mismo. Un día al entrar la mano descubrió con incredulidad que no podía sacar más palabras. Y lo peor era que necesitaba con urgencia las palabras, silencio, mañana, beso, mar y cielo. Esas por no citar otras de menor importancia para el escrito: Dos adjetivos, un adverbio, un verbo auxiliar, uno reflexivo. Que espanto."

domingo, 1 de febrero de 2009

(1) REFUGIO por Mª. Carmen Martinez

Era menester que esa relación trepara la cordillera de la adversidad, la cara más abrupta del entendimiento y consiguiera llegar a la cima más inalcanzable. Para poder convivir en buena armonía, con la paz y la serenidad que hace que una pareja sea complice del viento, del agua y del iris de una flor.
Él sabía que no tenía la fuerza necesaria que ofrece la vida, para poder decirle a esa mujer que adoraba, “me he equivocado”, “lo siento”, “perdón”.
Él podía discrepar ¡como no! Creía firmemente que todos tenemos derecho a que se escuche nuestra voz, pero no a tergiversar las palabras como nos plazca. No a detentar la hipocresía, no a querer ser juez y reo al mismo tiempo, no a comportarnos como entes inmaduros cuando no se hace nuestra voluntad, cuando nuestro capricho no es satisfecho.
Pero como, como, ya no le quedaban fuerzas para luchar por aquel amor, quizás ya era tarde, muy tarde. Sabía que la unión no debe ser solo de cuerpo, sino también de mente, de espíritu, que hay que crear un clímax en la palabra, en los hechos del momento que se vive.
Él soñaba en lo mágico que sería chapotear con el duende de una fuente, cuando el diálogo se volviera absurdo, pisar entre nubes de papel, cuando sintiera una punzada en el pecho, al mirar aquellos ojos verdes que tanto había amado, que todavía amaba, que amaría hasta la eternidad.
Si todo fuera más fácil, pero ella lo complicaba todo y en su desesperación se preguntaba ¿por qué nos hacemos daño una y otra vez? ¿por qué danzamos al son de ese ritmo macabro? Nadie le contestaba, solo su voz se recreaba en el fondo del salón como un eco ronco.
¡Hay amor, donde te escondes! Cuando la lluvia de la ofensa se desata, cuando la tormenta del encono nubla nuestro corazón y lo deja a la deriva como cualquier barquichuela que indefensa se mece al compás que marcan las olas del crepúsculo.
¡Cuánto daño nos hacemos sin querer! tú, yo, nos erigimos en caudillos de nuestras propias guerras, sin saber que poco a poco nos va faltando el aliento, que el rescoldo no se aviva, que la muerte nos espera detrás del jarrón.
Y Él sabe muy bien que cualquier tipo de guerra es nefasta y devastadora que corroe todo lo que se extiende a su paso, hasta los sentimientos más arraigados y frondosos. Los suyos, los de ella ¿dónde estaban?
¡Hay amor, sal de tu refugio! Con el sol entre las manos, con la luna por montera, con un arco iris en los ojos, con poemas en la boca, con te quieros en los dedos.

¡Joel, cariño! ya te has vuelto a quedar dormido escribiendo, si no fuera por qué te quiero tanto…

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