"Llevaba la bolsa vacía pero siempre que entraba la mano en ella, era capaz de extraer la magia de las palabras para regalársela a todo aquel que las quería. Escribía por las noches, robándole horas al tiempo al sueño y a él mismo. Un día al entrar la mano descubrió con incredulidad que no podía sacar más palabras. Y lo peor era que necesitaba con urgencia las palabras, silencio, mañana, beso, mar y cielo. Esas por no citar otras de menor importancia para el escrito: Dos adjetivos, un adverbio, un verbo auxiliar, uno reflexivo. Que espanto."

domingo, 22 de febrero de 2009

(7) LA NOVIA por F. Mesa

En una casa solariega y blasonada vivía una señorita teniendo por compañía una vieja ama de llaves, valetudinaria y entrañable, y una amplia prole de gatos paseando por casa y mobiliario sin ser molestados por nadie.
Se encontraba la casa en la parte más noble del pueblo, con aspecto exterior descuidado y dando lugar a innumerables murmuraciones. Las rejas de las ventanas conservaban telarañas amarillentas, auténticos nidos de polvo, disputando vetustez a puertas y fachada, en otro tiempo modelo de quienes pretendían ostentar cuanto poseían o ambicionaban. Pero desde la desaparición de la matriarca, la casa fue de mal en peor y no sólo la casa sino la hacienda, pues los arrendatarios, enfiteutas y censatarios habían adoptado la popular costumbre de esperar a que le fuesen solicitadas rentas y censos. El administrador por su parte llevaba mucho tiempo distrayendo sumas en cuantiosos gastos, anunciando pleitos sobre los que nunca recaía sentencia y sin embargo ocasionaban abultadas minutas de provisión de fondos de los señores letrados encargados de velar por sus intereses.
De sobra era conocida la inocencia de la única heredera y su difícil equilibrio mental, motivo por el que el leguleyo del administrador había sopesado protegerla con una incapacitación. La salvaron de ser incapacitada otras argucias legales ideadas por su difunta madre. Como consecuencia de tan desmedidos cariños y tan meticulosa gestión del patrimonio, a la señorita sólo le quedaba un rimbombante apellido, una cuenta bancaria cada día más escuálida, una vieja achacosa por servidumbre y un montón de gatos pegajosos.
Como suele suceder, mientras su apellido abrió puertas y cuentas, generando reverencias a quien lo pronunciaba, su ropero fue vestuario, su alacena comedor familiar, y su casa amparo de quien a su puerta llamaba, los parientes fueron numerosos, pero cuando quedó una loca y un ama de llaves, sin llaves y sin mundo por abrir, los pariente olvidaron el grado de parentesco.
Vivía sola, aunque ni lo imaginara. Se pasaba días y noches en camisón, peinándose, pintándose y hablando ante un viejo lavabo de bronce suntuoso en el interior de la sala de aseo, única de aquellos contornos, adornado con barrocas figuritas de porcelana y mayólica.
De tiempo en tiempo alquilaba un coche para ir a la peluquería del pueblo vecino a teñirse el pelo de cualquier color. Ya no recordaba el propio, aunque quizás fuesen canas, pero se paseaba por el pueblo con el pelo tan azul como el cielo, tan rojo como una brasa y blanco como la nieve, para diversión de niños y ventaneras desocupadas.
Su vestuario resultaba pintoresco y trasnochado, como sacado del arcón de una dama surgida de una máquina del tiempo. Sacos de los felices años veinte, faldas largas con polisón y bullarengue, camisas neoclásicas, trajes ceñidos y cerrados hasta el cuello, en el más puro estilo victoriano, causaban la hilaridad de los ignorantes y la envidia y el desdén en los iguales.
Al regreso de una visita a la peluquería del pueblo vecino se presentó con la noticia de haber conocido a un chico estupendo, de nombre Juanito, dispuesto a casarse en breves fechas.


(Puedes pedir el resto de este relato a la siguiente direccion de correo frameve@hotmail.com)

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