"Llevaba la bolsa vacía pero siempre que entraba la mano en ella, era capaz de extraer la magia de las palabras para regalársela a todo aquel que las quería. Escribía por las noches, robándole horas al tiempo al sueño y a él mismo. Un día al entrar la mano descubrió con incredulidad que no podía sacar más palabras. Y lo peor era que necesitaba con urgencia las palabras, silencio, mañana, beso, mar y cielo. Esas por no citar otras de menor importancia para el escrito: Dos adjetivos, un adverbio, un verbo auxiliar, uno reflexivo. Que espanto."

martes, 24 de febrero de 2009

(8) PARA AQUEL QUE HAYA DEFENDIDO UNA IDEA por Pilar Rdt

Sabemos lo que nos dicen.
Decimos lo que nos cuentan,
Caminamos sin dar un paso
Y hablamos, sin pronunciar palabra.
Callamos mientras andamos,
Andamos mientras vivimos
Y sentimos, apagada ira
Mientras sumisos, vivimos.
Deciden por nuestras vidas
Conspirando entre penumbras,
Fustigan en su demencia
Derramando la sangre
De quien pregunta.
Pregunta el que no entendió,
El que no asintió.
Llora la sangre del que
No supo lo que dijeron,
No dijo lo que le contaron,
El que caminó dando un paso
Y su palabra le arrebató la vida,
andando mientras caminaba a la muerte.
En nombre de todos ellos, yo, ruego,
Pidamos la voz y la palabra

domingo, 22 de febrero de 2009

(7) LA NOVIA por F. Mesa

En una casa solariega y blasonada vivía una señorita teniendo por compañía una vieja ama de llaves, valetudinaria y entrañable, y una amplia prole de gatos paseando por casa y mobiliario sin ser molestados por nadie.
Se encontraba la casa en la parte más noble del pueblo, con aspecto exterior descuidado y dando lugar a innumerables murmuraciones. Las rejas de las ventanas conservaban telarañas amarillentas, auténticos nidos de polvo, disputando vetustez a puertas y fachada, en otro tiempo modelo de quienes pretendían ostentar cuanto poseían o ambicionaban. Pero desde la desaparición de la matriarca, la casa fue de mal en peor y no sólo la casa sino la hacienda, pues los arrendatarios, enfiteutas y censatarios habían adoptado la popular costumbre de esperar a que le fuesen solicitadas rentas y censos. El administrador por su parte llevaba mucho tiempo distrayendo sumas en cuantiosos gastos, anunciando pleitos sobre los que nunca recaía sentencia y sin embargo ocasionaban abultadas minutas de provisión de fondos de los señores letrados encargados de velar por sus intereses.
De sobra era conocida la inocencia de la única heredera y su difícil equilibrio mental, motivo por el que el leguleyo del administrador había sopesado protegerla con una incapacitación. La salvaron de ser incapacitada otras argucias legales ideadas por su difunta madre. Como consecuencia de tan desmedidos cariños y tan meticulosa gestión del patrimonio, a la señorita sólo le quedaba un rimbombante apellido, una cuenta bancaria cada día más escuálida, una vieja achacosa por servidumbre y un montón de gatos pegajosos.
Como suele suceder, mientras su apellido abrió puertas y cuentas, generando reverencias a quien lo pronunciaba, su ropero fue vestuario, su alacena comedor familiar, y su casa amparo de quien a su puerta llamaba, los parientes fueron numerosos, pero cuando quedó una loca y un ama de llaves, sin llaves y sin mundo por abrir, los pariente olvidaron el grado de parentesco.
Vivía sola, aunque ni lo imaginara. Se pasaba días y noches en camisón, peinándose, pintándose y hablando ante un viejo lavabo de bronce suntuoso en el interior de la sala de aseo, única de aquellos contornos, adornado con barrocas figuritas de porcelana y mayólica.
De tiempo en tiempo alquilaba un coche para ir a la peluquería del pueblo vecino a teñirse el pelo de cualquier color. Ya no recordaba el propio, aunque quizás fuesen canas, pero se paseaba por el pueblo con el pelo tan azul como el cielo, tan rojo como una brasa y blanco como la nieve, para diversión de niños y ventaneras desocupadas.
Su vestuario resultaba pintoresco y trasnochado, como sacado del arcón de una dama surgida de una máquina del tiempo. Sacos de los felices años veinte, faldas largas con polisón y bullarengue, camisas neoclásicas, trajes ceñidos y cerrados hasta el cuello, en el más puro estilo victoriano, causaban la hilaridad de los ignorantes y la envidia y el desdén en los iguales.
Al regreso de una visita a la peluquería del pueblo vecino se presentó con la noticia de haber conocido a un chico estupendo, de nombre Juanito, dispuesto a casarse en breves fechas.


(Puedes pedir el resto de este relato a la siguiente direccion de correo frameve@hotmail.com)

(5) LOS CORDONES DE LOS ZAPATOS por Mª del Carmen Martinez

Carita de luna llena,
sonrisa de arroz con leche,
llevas los cordones sueltos,
para, que puedes caerte.

No corras más flor de romero,
deja que la abuela, paré el tiempo,
te siente sobre la piedra plomiza,
te apriete junto a su pecho.

Se refleje en el ámbar de tus ojitos,
que guiños empiezan a hacerme,
alzas los bracitos y el viento se para,
como se para el temblor de mi alma.

Quisiera atarte a mis venas,
pintarte en las alas de un gorrión,
aún sabiendo que no puedo,
se me encoge el corazón.

Te ato despacito los cordones,
con un suspiro sereno,
pidiéndole a las estrellas
que esta noche, velen tu sueño.

(4) PUNTAS DE BALLET por F. Mesa

En un rincón del vestuario, junto a una taquilla metálica, endeble, la más próxima a la papelera, habían dejado unas puntas de ballet. No las habían arrojado dentro, estaban colocadas en perfecto orden, con la malla, el tutú blanco y una toalla limpia. La taquilla abierta y vacía parecía a la esperar a la bailarina ausente.
Una Terpsícore cualquiera se había despojado con todo el mimo, de su segunda piel. Había realizado las últimas piruetas, giros y cabriolas. En aquellas puntas y tutú había dejado las lágrimas de Giselle, el amor de Hilarión, el tierno galanteo de Loys, la pena de Candela y su amor por Carmelo, el amor imposible de Odette. Las más sublimes pasiones humanas plasmadas en gestos con su cuerpo, sus brazos y sus piernas, cinceladas por la música, amasadas por su amor a la danza. La ternura debía buscar otros cuerpos para inundar el aire de los teatros, los cielos del mundo, los sueños del género humano.
Pero no habían sido arrojados, permanecían allí, en el vestuario de una academia desde donde podía verse la barra fija, lugar de tantos sacrificios, esperando otros sueños, otros brazos y piernas capaces de cargar con ellos y trasladar sentimientos eternos a generaciones nuevas. Para ella el telón no había caído, igual que antes la esperaba, ahora esperaba sus órdenes en voz baja, como una parte de la melodía de la Obertura.

domingo, 8 de febrero de 2009

(3) LUZ FRIA por D. Malpartida

Tengo frio y lo que ven mis ojos no atiende a comprender. Las calles están desiertas, el silencio me acompaña por donde voy. Los parques están sin vida, tampoco se escucha el sonido de los pájaros. Es increíble que haya tanta vegetación, los árboles han cubierto la totalidad de la ciudad.
Creo a ver visto a alguien pasar, aunque no es extraño puesto que alguna alma errante quedó en este lugar. Me da miedo adentrarme más en la ciudad, pero he venido por una razón. Caminaré despacio y me adentraré más por estas calles. Escucho susurros de niños en la feria y la noria parece tener vida propia, pero sólo es una ilusión producida por el viento.
Si no me confundo debo estar por la calle en donde vivía Ana. Como ha pasado el tiempo y las cicatrices siguen abiertas. La vieja ferretería todavía sigue cerrada sin que nadie la haya abierto. Parece ser que Iván no consiguió inaugúrala. Algunos sitios parecen como antaño, pero otros han cambiado para siempre.
Estoy solo en esta ciudad tan grande y no sé si podre continuar, sólo espero traer los recuerdos al presente sirva para algo.
La explosión de la central apartó a la gente de sus vidas. Chernóbil ahora es una ciudad fantasma en el que la vida no volverá a restaurarse más. La radiación esta todavía presente, no huele, ni se ve, tampoco se puede sentir, es como un veneno que te mata de una forma muy dolorosa cuanto más recorre los poros de la piel.
Aquella noche una gran luz me apartó de mis seres queridos, mi mujer y mi hija a los que no he vuelto a ver. ¿Qué habrá sido de ellas? Desde ese día no volví a saber más de su paradero. Yo me salve aquella noche por mi trabajo, pero hubiera preferido no a verme salvado. Espero que el veneno de este lugar no les haya consumido.
Yo ya no pertenezco a este sitio. Tengo miedo de este enemigo invisible que te destruye por dentro. Pero me han enviado a hacer un reportaje fotográfico que no me siento con fuerzas de hacer, ni de captar con mi cámara.
Hay gente mayor que no ha querido irse de este lugar, sus tierras son más valiosas que sus miedos. Parece que no temer al mal que circula por aquí no les afecta. Los edificios intactos por la explosión parece que tampoco temen que en 1986 el mundo pudo acabarse.
Debo darme prisa y salir de este lugar antes de que acabe conmigo. Este silencio me está matando no se cuanto podre estar en pie, ni con este traje anti radiación que se me ha pegado por todo el cuerpo.
No me puedo quitar de la mente esos niños deformados, sin brazos, sin piernas, sin esperanzas. De los valientes que arrimaron su hombro que horas después apagaron lo que quedaba de la central cubriéndolo con escombros. Sus muertes fueron las más horribles que pueda ver, aunque todavía pueda resurgir el infierno en cualquier momento, puesto que no se puede tapar la boca de la bestia por mucho tiempo. Lo peor de todo fueron las mentiras del gobierno intentando encubrir y restarle gravedad a algo que era un secreto a voces. Fueron los malditos del pasto negro.

domingo, 1 de febrero de 2009

(1) REFUGIO por Mª. Carmen Martinez

Era menester que esa relación trepara la cordillera de la adversidad, la cara más abrupta del entendimiento y consiguiera llegar a la cima más inalcanzable. Para poder convivir en buena armonía, con la paz y la serenidad que hace que una pareja sea complice del viento, del agua y del iris de una flor.
Él sabía que no tenía la fuerza necesaria que ofrece la vida, para poder decirle a esa mujer que adoraba, “me he equivocado”, “lo siento”, “perdón”.
Él podía discrepar ¡como no! Creía firmemente que todos tenemos derecho a que se escuche nuestra voz, pero no a tergiversar las palabras como nos plazca. No a detentar la hipocresía, no a querer ser juez y reo al mismo tiempo, no a comportarnos como entes inmaduros cuando no se hace nuestra voluntad, cuando nuestro capricho no es satisfecho.
Pero como, como, ya no le quedaban fuerzas para luchar por aquel amor, quizás ya era tarde, muy tarde. Sabía que la unión no debe ser solo de cuerpo, sino también de mente, de espíritu, que hay que crear un clímax en la palabra, en los hechos del momento que se vive.
Él soñaba en lo mágico que sería chapotear con el duende de una fuente, cuando el diálogo se volviera absurdo, pisar entre nubes de papel, cuando sintiera una punzada en el pecho, al mirar aquellos ojos verdes que tanto había amado, que todavía amaba, que amaría hasta la eternidad.
Si todo fuera más fácil, pero ella lo complicaba todo y en su desesperación se preguntaba ¿por qué nos hacemos daño una y otra vez? ¿por qué danzamos al son de ese ritmo macabro? Nadie le contestaba, solo su voz se recreaba en el fondo del salón como un eco ronco.
¡Hay amor, donde te escondes! Cuando la lluvia de la ofensa se desata, cuando la tormenta del encono nubla nuestro corazón y lo deja a la deriva como cualquier barquichuela que indefensa se mece al compás que marcan las olas del crepúsculo.
¡Cuánto daño nos hacemos sin querer! tú, yo, nos erigimos en caudillos de nuestras propias guerras, sin saber que poco a poco nos va faltando el aliento, que el rescoldo no se aviva, que la muerte nos espera detrás del jarrón.
Y Él sabe muy bien que cualquier tipo de guerra es nefasta y devastadora que corroe todo lo que se extiende a su paso, hasta los sentimientos más arraigados y frondosos. Los suyos, los de ella ¿dónde estaban?
¡Hay amor, sal de tu refugio! Con el sol entre las manos, con la luna por montera, con un arco iris en los ojos, con poemas en la boca, con te quieros en los dedos.

¡Joel, cariño! ya te has vuelto a quedar dormido escribiendo, si no fuera por qué te quiero tanto…