Un método casi infalible para sacar una sonrisa es ser un niño de menos de dos años. Sube usted con esta edad a un vagón de metro cualquiera y tiene, sin proponérselo, una sonrisa por viajero en 4 metros a la redonda.
Si por cuestiones técnicas el método anterior no fuera aplicable, olvídese de su edad. Dibuje en su rostro una sonrisa y unos ojos de niño. También da buenos resultados.
La memoria de la melacolía o el dolor, además de persistente, suele ser frágil. Se resquebraja a veces si consigue dar un paseo por el absurdo o asomarse al espejo de las bromas blancas sobre uno mismo.
Si todo lo anterior fallase elija una mejilla. Elija aquella por la que resbala la lágrima. Después tome suavemente la cabeza por la nuca y abrace. La sonrisa suele aparecer, aunque usted no pueda verla.
"Llevaba la bolsa vacía pero siempre que entraba la mano en ella, era capaz de extraer la magia de las palabras para regalársela a todo aquel que las quería. Escribía por las noches, robándole horas al tiempo al sueño y a él mismo. Un día al entrar la mano descubrió con incredulidad que no podía sacar más palabras. Y lo peor era que necesitaba con urgencia las palabras, silencio, mañana, beso, mar y cielo. Esas por no citar otras de menor importancia para el escrito: Dos adjetivos, un adverbio, un verbo auxiliar, uno reflexivo. Que espanto."
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