Ya no me acuerdo de aquellos tarde cuando tenía catorce años de los momentos en la playa, distorsionados borrosos e inconexos. Siento vértigo pero no sé de qué, pronto la distancia me inundará. Los espacios que recuerdo todavía siguen en mí gracias a mi viejo diario, tan viejo como yo que ha aguantado toda una vida sin sufrir ningún tipo de daño.
Las noches me sobresaltan y a veces no puedo respirar. Los recuerdos que he vivido pero mi mente no recuerda. Sentado encima de la cama intento recordar pero me es imposible.
Miro a mi alrededor y parece que puedo distinguir olores del pasado y de ahí fragmentos agradables me hacen sentir bien. ¡Cuanto tiempo desde niño y que poco de adulto! A veces cuando como nunca tengo suficiente y me vienen imágenes de cuando robaba comida en aquella pequeña tienda del barrio, donde todo el mundo estaba igual que yo. Cuando me asusto corro y cuando lo hago tengo la sensación de que alguien me persigue, el ruido de las chaquetas y los ladridos de perros resuenan en mi cabeza. Más tengo ese sabor amargo pero la imagen incompleta.
Mi diario no podré terminarlo, pero lo poco que hay entre sus viejas páginas podrán leerlo quien lo desee, pero nunca podrán sentir las sensaciones de la arena entre los dedos ni la brisa después de un largo cautiverio. Es el fin de la razón, mi mente quedará vacía permanentemente. Miro a mis pies y no sé cómo anudar los cordones que me separan del resto de la gente.